Asociación de Amigos del Museo de Arte Hispanoamericano “Isaac Fernández Blanco”. (Palacio Noel).
La pintura cusqueña
A pesar de las influencias españolas del siglo de oro, y a la presencia de artistas de ese origen que practicaban el tenebrismo, los maestros mestizos e indígenas del Cusco, se mantuvieron, en cierta medida, fieles a la tradición manierista, así como también, al aporte del arte flamenco en cuanto a las resoluciones estilísticas y en el tratamiento de los paisajes.
En 1688, en plena ebullición del estilo barroco, se produjo en el Cusco una profunda crisis gremial entre los pintores de origen español y los de origen indígena. Los prejuicios entre ambos grupos provocaron el alejamiento de los segundos del sistema gremial europeo.
Sin ataduras, los artistas nativos adquirieron una mayor libertad de expresión, así como la excepción de examen permitió el acrecentamiento de la mano de obra. Esto último redundó en una mayor capacidad en los talleres indígenas para abastecer las demandas de otros puntos del virreinato, provocando una rápida y eficaz difusión de la escuela, incluso más allá del mundo andino.
Imaginería Quiteña
Desde la apertura de la Escuela de Artes y Oficios de San Andrés en Quito, una nueva corriente de pintores y escultores hicieron de ella uno de los centros de mayor prestigio del arte virreinal.
Más tarde la escultura quiteña guiada por los pasos del sevillano Montañés, comenzó a revelar una estética local, basada en la brillantez de su policromía y en la gracia de sus formas.
Hacia el siglo XVIII, el producto de los talleres quiteños fue uno de los más requeridos en el continente. Los motivos principales de este requerimiento tuvieron que ver con su terminación aporcelanada, sus cánones de belleza aniñados, más acorde con el gusto rococó y ciertas novedades iconográficas, como la* Virgen Alada de Quito* o los Niños Jesús gateando.
La fuerte demanda del mercado consumidor obligó a estandarizar la producción, lo que no significó el desmedro de su nivel, pero sí la inclusión de técnicas propias de la fabricación en serie, como la mascarilla de plomo.